¿Sabéis de esas veces que hay algo que te ronda, que no te deja, que te da vueltas por la cabeza y no sabes cómo plasmar? Esa soy yo últimamente con mi escritura en general.
¿Cuántas veces me he acercado al mismo proyecto, intentando verlo desde todos los ángulos posibles? ¿Cuántas veces he iniciado la escritura de lo mismo una y otra vez? ¿Cuántas veces he dado por supuesto que tengo el borrador terminado, me he enfrentado a él y he llegado a la conclusión de que solo tengo una parte, que no he sido capaz de plasmarlo todo como quería?
Preguntas, preguntas que me hago mientras la pluma queda suspendida a punto de iniciar la enésima corrección de lo mismo, la enésima reescritura. Al menos, tras tantas vueltas a ese borrador que supuestamente acabé hace casi dos años he podido salvar algunos poemas, contados. No todos los que hubiese querido ni todos los que pensaba en un primer momento. Mis cribas son brutales, no todo me sirve ni cualquier cosa vale.
Soy un bichito de costumbres, está comprobado, y cada cierto tiempo echo la vista atrás y compruebo en qué punto del camino me encuentro. Y gracias a eso tomo posición, cojo aire y puedo seguir. El problema es cuando el tema que quieres plasmar no te sale. O sale a parches, de forma irregular, sin pulir y sin filtro. Cuando lo buscas en lo que tienes, en lo que ya has creado, y no lo terminas de encontrar por más que mires y vuelvas a mirar. Cuando te toca reescribir desde el inicio un poema, borrar tres, cambiar los versos de ese otro que parece que tiene potencial para luego descartarlo porque no terminas de verlo claro.
A veces pienso que ojalá el proceso de escritura de este poemario fuese tan sencillo como fue en su día Metáforas (de verdad, qué ganas de dar su nombre real por aquí, ojalá algún día). Y sí, hablo de proceso de escritura como algo completo, incluyendo esa corrección, porque al final con las revisiones reescribo, borro y modifico tanto que parece que estuviera comenzando de nuevo el proceso. Está siendo laborioso, enredado, no termino de estar convencida con nada.
Pero Metáforas, en su día, nació de otra forma, con otros temas que tratar. Surgió casi solo. Eran muchas cosas guardadas, muchos cambios y todo el agobio de la preparación de un EIR condensado. Lettere es otra cosa. Esto viene cargado de viajes, muchos viajes, y un montón de ideas que quiero expresar y aún no sé cómo, no he terminado de encontrar la forma para que salga todo lo que tengo dentro. Ahí está mi principal dificultad.
Y por eso hoy no paro de darle vueltas a la cabeza, reinicio la enésima corrección del mismo poema, busco la música más cañera que pudiera inspirarme en estos momentos (porque escribir con la pierna marcando el ritmo es marca de la casa) y vuelvo a revisar viejas ideas, el manuscrito inicial, las infinitas versiones que han ido surgiendo y vuelvo a preguntarme: ¿Conseguiré plasmar lo que quiero en estos poemas? ¿Será la versión preliminar en la que trabajo ahora la más definitiva de todas? ¿Podré considerar algún día a Lettere como un proyecto terminado? ¿Podré hablar, por fin y por aquí, de forma casi oficial, de mi tercer poemario como tal acabado?
Muero de ganas de tener entre mis manos esa versión definitiva que hable por mí de todas esas cosas que tengo atascadas dentro, que aún no sé cómo sacar y que pelean, entre los versos ya escritos y los que me faltan por escribir, para manifestarse en el papel. Me muero de ganas de hablar del por qué de ese nombre, de por qué es tan importante que se llame así y por qué esta vez creo que el nombre provisional ha terminado siendo, si la cosa no cambia, en el futuro nombre definitivo del proyecto. Creo que no podría encontrar uno mejor, visto lo visto lo que tengo por el momento ya corregido y que se ha librado de mis cribas.
Muero de ganas por encontrar los poemas ideales, esos que sé que forman parte de este libro, mi libro, el que llevo tanto tiempo sintiendo dentro que ya va siendo hora de que salga de mí y viva su propia vida independiente. Mientras tanto, sigo corrigiendo. Por enésima vez.