En mis intentos por condensar en un puñado de caracteres el avance de mi libro me estanco y freno. Aquí sigo, pendiente de hacia dónde me llevará el oleaje.
A veces vivo en alta mar, sin visionado de costas a largo plazo. Desde que empezara este camino solitario, navegación lenta sin rumbo predefinido, he ido adornando la pantalla del portátil con cuantas imágenes he podido recolectar en internet. De toda clase. Una carpeta entera llamada Inspiración que uso de mapa cuando me pierdo buscando rumbos. Las últimas imágenes han sido de lo más efectivas y siento que gracias a ellas sigo. Necesito añadir más, pero esas de momento me oxigenan y dan vida en este navegar a la deriva.
Este oleaje ya me ha traído hacia varias playas. He llegado a todas ellas con la ayuda de los mapas que son los libros y con la guía final y fiel de la brújula de la memoria. Gracias a ello sigo construyendo un itinerario de este libro mío. De momento cuatro puertos en forma de partes o capítulos —no sabría aún precisar— son seguros. No sé si habrán más o si con el avance se recortarán en el futuro. De momento es lo que tengo. El libro se alarga y sigue creciendo.
Este oleaje, cuando se calma y me permite acercarme al cuaderno de bitácora a reflexionar sobre ello, me trae pensamientos muy interesantes. Como brillantes peces plateados, saltan a la red de la tinta y el papel y destacan por encima del resto de ideas: si será al final un libro corto o largo, si será como una historia narrada en verso o si el poema es lo bastante escueto, si resume bien lo que quiero transmitir. Si estoy perdida o encontrando mi sitio. El vaivén emocional de escribirlo.
El vaivén emocional de narrar un libro que va a impulsos, como el oleaje. Y quererlo así. Sentir así el proceso.