1.
Que los domingos siguen siendo días de escritura por excelencia no ha cambiado. Que llegue el domingo, el momento de enfrentarme con calma al teclado cuando el resto de la semana no me da la vida para más, y veo que ya hice el trabajo por adelantado planificando qué entradas voy a escribir y cuándo me alegra eso el día por momentos.
Pudiera parecer encorsetado, pero en esos minutos en que consulto el calendario editorial y veo de qué voy a hablar empieza a estar todo claro. Todo sigue una lógica y la continuación de lo que escrito, el objetivo semanal, quedaron reflejados en ese calendario editorial, en lo que quiero contar. Si la mente está ocupada en otros asuntos no tengo que perder el tiempo y las fuerzas que me quedan en pensar un «¿y ahora de qué hablo?» que me tendría ahora mismo frustrada, sin saber por dónde seguir, mirando al cursor parpadear en una página completamente en blanco.
2.
De la forma más casual, al volver de una escapada de vacaciones que hicimos a Sevilla, cogí el cuaderno y me puse a escribir. Como siempre, nada nuevo, llevo desde 2010 con uno en el bolso o mochila en todo momento.
Desde ahí han ido pasando los días, uno tras otro. Y si bien en otras veces anteriores he tenido alguna racha de escribir más o menos, con sus pausas y sus días en blanco sin ningún problema, esta vez estoy manteniendo el ritmo. No he roto la racha de días seguidos de escritura. Y, además, de forma totalmente natural, sin sentirme forzada ni como si fuese una obligación que cumplir. Ha surgido así, ya está.
Me siento estupendamente escribiendo a diario.
3.
Últimamente los pensamientos no paran de acumularse, toca dejarlos salir. Van creciendo las ideas que se enredan, las imágenes que se agolpan, las lecturas estimulantes. Todo ello hace que la pluma a elegir se venga conmigo de paseo, que el cuaderno se abra en cualquier circunstancia, que me vuelque en él al instante. Que incluso salga de la ducha corriendo a apuntar frases que se me ocurren, ideas para entradas o lo que surja.
Todo contenido en un puñado de hojas encuadernadas gracias a las cuales me voy liberando de toda clase de pensamientos que podrían lastrarme en otros asuntos.
Y gracias a ese ejercicio de contención en papel sé que consigo centrarme en otros asuntos con la mente más clara. Lo confirmo en la sesión diaria de estudio de oposiciones.
4.
Leo con la pluma al lado. Anoto, reflexiono, sintetizo. Me dejo inspirar. Luego todo es un torbellino que no para de hilarse y enredarse. Un día más, una página más y otra. Tanto en el libro como en el cuaderno.
Si existen esas páginas que escribo y guardo con celo, a diario, en el bolso o mochila que lleve encima es porque las necesito. Porque estoy en ese punto creativo que todo me inspira, todo me hace empezar a darle vueltas a todo. Todo se vuelve susceptible de ser escrito y todo pudiera servir para ello. El trabajo posterior es plasmarlo, estudiarlo, diseccionarlo incluso, para extraer lo realmente valioso y poder trabajarlo.
Pero para llegar a ese punto antes he debido verterme en papel, contenerme en palabras. Y luego ya veremos.
5.
El trabajo creativo a diario se basa en dejar que el ruido se propague y se extienda a las páginas.
El trabajo creativo de los domingos consiste, realmente, en condensar el trabajo creativo de toda la semana.
Estudiar sus verdaderas posibilidades, sus variantes. También consiste en conseguir que todo el ruido que circula por la mente, que la intoxica, que la lleva a estar hastiada, se apague hasta convertirse en un murmullo de fondo sobre el que construir una sinfonía de palabras. Y escribirla, claro está.