Recortar. Eliminar. Saber que no todo vale, no todo sirve. Desbridar para quedarme con los poemas necesarios, ni más ni menos.
«Le puse un nombre. Flotaba difuso hasta que le puse ese nombre y cobró vida: comenzó a crecer, comenzó a expandirse y a reclamar su lugar. Le puse un nombre que entonces pareció adecuado, justo, legítimo, y con el paso del tiempo vi que pudiera cambiarle su nombre por otros, nombrarlo como quisiera, rebautizarlo las veces que fuesen precisas que a pesar de todo seguiría respondiendo a su primer nombre.»
Se abre el camino de las dudas. Me veo con un hecho entre manos: lo que he escrito es enorme. Muchísimos versos, una extensión que no cabe en la inmensa mayoría de concursos que encuentro. Me veo también con todo lleno de notas, de partes eliminadas, de poemas cambiados de sitio para que todo encaje de la mejor manera posible.
Me veo un año después del primer impulso, de las primeras ideas, del comienzo con un paso más: la corrección principal terminada.
Me veo con el resultado de un proceso largo pero condensado, dispuesta a pelear porque esto vea la luz. Porque creo que lo merece, porque creo en lo que he escrito. Es lo más sincero que podía crear dadas las circunstancias, ha sido abrirme en canal y verterme en papel, sacar absolutamente todo lo que dolía y llevaba dentro. Este poemario ha sido el resultado de encontrar el equilibrio en mitad del caos, expresar por escrito el ruido de fondo constante durante meses, sacar toda la rabia que llevaba dentro, poder por fin poner palabras a un duelo acumulado y luchar contra la extenuación constantemente.
Ha salido a borbotones. Ha dolido por el camino. Ha desgarrado a veces. Y en parte ha sido fácil de escribir, porque ha fluido, porque tenía a flor de piel todo tan en carne viva que era solo cuestión de dejarme llevar para que surgiese. Por otro lado, qué duro ha sido. Cuántas lágrimas han visto las diversas páginas a lo largo de dos cuadernos, el móvil y su aplicación de notas, el portátil y Scrivener abierto, esperándome, deseando que pusiese por escrito lo que ya sabía que había creado, lo que ya tenía, lo que me faltaba. Y qué liberador, al final.
Pero a pesar de todo, no todo sirve, no todo vale. Tocaba corregir. Y para mí corregir es como desbridar: eliminar el tejido desvitalizado, refrescar bordes y dejar la herida lo más limpia posible para que cicatrice.
Eliminar los poemas inservibles, refrescar los versos en los límites y dejar el texto lo más limpio posible para que el mensaje alcance. Ni más ni menos.