Las páginas han visto desfilar un amplio abanico de tintas en los últimos doce meses: azules más intensos y otros más oscuros, el aguamarina más precioso que pudiera imaginar, mi gris favorito en muchos casos, verde pardo como color de cabecera o notas de rojo que en varias ocasiones se han alternado con el negro o el morado.
Todo a lo largo de un año en el que no he escrito mucho, en el que en muchas ocasiones he perdido de vista la portada durante alguna que otra semana sin echarla de menos. Pero también unas hojas que han hecho tantos kilómetros como yo: en estos doce meses han ido tres veces a Málaga (hubiesen sido cuatro, pero la alarma lo truncó todo), ha estado en Granada, Ámsterdam y Segorbe. Han pasado tiempo a mi lado en mis salidas a cafeterías o teterías, a estudiar (perfecto desahogo justo antes de una buena sesión de biblioteca) o como algo a recurrir a primera hora de la mañana antes de empezar mi turno de trabajo.
Y sin embargo, qué poco he escrito, qué poco. Qué poco me he acercado a esas páginas, qué poco he acudido a él, qué poco ha sido mi recurso diario de escritura creativa. Cuánto tiempo ha languidecido, esperando recurrir a él, que lo necesitase con urgencia. Cuántos días ha estado ahí, quieto, esperándome en el escritorio, olvidado por completo, sin hacerle caso, cogiendo polvo mientras la vida me pasaba por encima. O en el bolso, encima pero sin salir para nada días y días, como si no lo tuviera.
Me he asomado a esas páginas menos de lo habitual, tanto que hubo un momento que pensaba que se me olvidaría cómo se hace eso, cómo se coge la pluma y se deja sobre el papel para que la tinta haga el resto, me pille donde me pille. Casi llegué a olvidar cómo era eso de pensar en papel.
Ha tenido que venir esta cuarentena por pandemia para que me reconcilie con esas páginas y llegue por fin a plasmar en ellas mis palabras. Ha tenido que ser la situación más anómala de todas para que mis letras vuelvan a encontrarse en esas hojas, para que vuelva a leer con la sed con la que lo hacía, para que pare y reordene prioridades, para volver a encontrarme.
En el trayecto me he hecho cientos de preguntas y he respondido a unas cuantas solo. No todas parecen tener respuesta en este momento y no tengo aún cien por cien claro nada de todo lo respondido. Esta situación tan enorme y monstruosa hace que se me quede grande todo, que no pueda abarcarlo.
La sed ha acudido estos días a mi rescate, eso sí. Devoro libros y anoto mientras puedo cuanto puedo. Como si quisiera así contener la pandemia en un puñado de hojas que ahora se acaban para así poder entenderla y manejarla. Ha tenido que venir una epidemia mundial y su correspondiente cuarentena para hacer de nuevo simbiosis con el cuaderno que estos meses ha esperado paciente. Y terminarlo. El cuaderno número doce.
Ahora le toca al cuaderno número trece seguir recogiendo esta cuarentena y su secuela, mis lecturas y lo que soy, con todas mis preguntas y dudas. Con todos mis fragmentos dispersos en tinta de colores.